II Domingo de Adviento: ¿Tenemos ese "algo"?...

Hay personas de las que decimos que tienen carisma, es decir, que atraen fuertemente a las demás. En un grupo, estas personas destacan, se nota su presencia, y no porque se hagan de notar a propósito. Es algo que va más allá del aspecto físico o de sus bienes materiales o sus logros profesionales; sus palabras, sus gestos, su vida entera, atraen la atención de los que les rodean. Y eso nos ocurre con gente "famosa" (deportistas, cantantes, actores y actrices…) y con gente anónima (familiares, amigos, compañeros de trabajo o estudios…): tienen "algo" en su vida que les hace sobresalir, y aunque no sepamos definirlo, les da ese punto que nos atrae.

En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos presenta a uno de esos personajes clave, que fueron atrayentes para la gente de su tiempo: Juan el Bautista. Él "tenía algo", su vida misma cuestionaba e impactaba en la gente: su aspecto, su austeridad en el vestido y el alimento, y la convicción con que predicaba un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, no dejaban indiferente a nadie.

Juan el Bautista acogió la Palabra de Dios que vino sobre él y se lanzó a predicarla, aunque fuera en medio del desierto. Y la predicó de un modo fuerte y valiente, le pese a quien le pese, guste o te, porque sabe que tiene que ser fiel a Dios. Y la gente descubría ese "algo" que le hacía creíble: conocía su coherencia interna y acudía a escucharle, y tomaban el serio el mensaje: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y recibían el bautismo de Juan, como signo externo de conversión, movidos y estimulados por el ejemplo de vida del profeta, porque también ellos querían ver la salvación de Dios.



La figura de Juan el Bautista en este segundo domingo de Adviento nos puede llevar a reflexionar en una doble dimensión: al interior y al exterior.

Al interior, continuando con lo que veíamos en la fiesta de la Inmaculada acerca de preparar al Señor, nuestro Huésped, una digna morada, podemos reflexionar: Estamos en el segundo domingo de Adviento, dentro de dos semanas, celebraremos la Navidad: ¿ya me he puesto a preparar el camino del Señor, o estoy dejando pasar el tiempo? ¿Qué actitudes y comportamientos debo allanar o en-derezar, porque son obstáculos que dificultan mi seguimiento de Jesús? y hacia el exterior, mirando a Juan el Bautista, preguntémonos: ¿Tengo ese "algo" que él tenía? ¿Mi estilo de vida cuestiona a la gente que me conoce? ¿Se ve coherencia entre lo que afirmo creer y mi comportamiento, tanto en los aspectos externos como en la relación con los demás? ¿Mi acción es transformadora, empleando tiempo en acoger la Palabra de Dios, en leerla despacio, meditarla, orarla, para poderla planificar? ¿Soy capaz de seguir predicando la Palabra de Dios, de serle fiel, aunque me sienta en medio de un desierto? ¿Cómo llevo mi compromiso socio-político en mi Proyecto Personal de Vida Cristiana?.

Todos los cristianos deberíamos tener "algo", deberíamos cuestionar a los demás porque nuestra fe tendría que notarse, "transpirarse" en nuestras obras, en nuestro estilo de vida ordinario, en el modo de relacionarnos con los demás, en nuestra convicción y coherencia, en nuestra militancia. Nos creerían o no, pero no deberíamos dejar indiferente a nadie. Si descubrimos que no es así, si sólo nos diferenciamos de otros en que cumplimos una serie de preceptos religiosos, tomemos en serio la llamada que Dios a través de Juan el Bautista nos hace, y empecemos a allanar el camino del Señor. Él nos ofrece su Palabra y se nos ofrece en la Eucaristía, para darnos ese "algo" que nos falta, Él mismo, para que con su presencia en nuestro interior seamos también profetas en el desierto del mundo y, por nuestro testimonio, todos puedan ver la salvación de Dios.



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